En el mundo
Las aguas termales tienen una larga historia, incluso anterior a la de los griegos y los romanos. Se cree que en la prehistoria, los seres humanos, inspirados en los animales que, heridos o enfermos, buscaban alguna cura en aguas calientes, empezaron a imitarlos.
Y como “balnearios” de aguas termales, existen registros que datan del 2000 a. C. en la ciudad de Mojenjo-Daro en la India, y en Epidauros en la Antigua Grecia, también en Creta y en Egipto.
Pero el gran desarrollo de las aguas termales vino con los griegos y sobre todo con los romanos.
En Grecia, las aguas termales eran conocidas por sus efectos curativos. Incluso en la Odisea, Ulises hablaba de las propiedades terapéuticas de los baños; y como símbolo de la juventud eterna, los griegos eligieron una fuente, la Juvencia.
Sin embargo, hoy son los romanos quienes son reconocidos como los grandes constructores de Termas, como las Termas di Caracalla o las Termas Dioclesianas. Al principio (siglo II a.C.) las termas eran baños modestos, de carácter privado: pequeños, de pocas habitaciones, y se utilizaban bañeras de agua caliente, previamente calentadas con braseros.
Pero poco a poco, al poder instalar cámaras subterráneas por donde circulaba el calor proveniente de hornos, las termas se establecieron como importantes baños públicos, donde acudían los romanos asiduamente.
Estos baños públicos (thermae), revolucionaron la higiene de los romanos, ya que allí, por muy poco dinero o en forma gratuita, los ciudadanos podían bañarse libremente. Estas termas cumplían también una función social y política, ya que eran lugares de encuentro de hombres y de distintas clases sociales. Estas grandes instalaciones, requerían potentes hornos para calentar el agua, teniendo a su servicio séquitos de esclavos.
Los primeros baños públicos romanos son del año 25 a.C., y fueron construidos por el emperador Agripa. Los emperadores que lo siguieron, competían por construir baños públicos cada vez más lujosos.
Y poco a poco los romanos, que dominaban buena parte de Europa, fueron llevando su propuesta de baños termales a todo el imperio: eran lugares de higiene, de relajación, de encuentro, pero también terapéuticos, cuando las características de las aguas lo permitía, como en el caso de las termas de Bath en Inglaterra, que se construyeron alrededor de aguas ricas en minerales. Conocida como Aquae Sulis durante la época romana, es probable que el uso de estas aguas termales fueran ya conocidos por los celtas, pero se consolidó con la llegada de los romanos.
Las aguas termales pierden luego importancia, en la edad media y con la llegada del cristianismo: el cuerpo empieza a ser visto como algo irrelevante, y los baños como lugares que promovían la promiscuidad. Habría que esperar el siglo XVI para que volviera a tener importancia la hidroterapia, pero el momento de esplendor recién llegaría a finales del siglo XIX, cuando se redescubren sus bondades terapéuticas, pero cómo lugares de estadía sólo para los más adinerados.
De hecho, el agua mineral que hoy se consume en todo el mundo tiene su origen en esta tradición balnearia de fines del siglo XIX y principios del XX. Conocidos las bondades terapéuticas de las aguas mineromedicinales, que emergen de estos “manantiales” termales, se decide aprovecharlas para luego envasarlas y comercializarlas.
En otras partes del mundo, también las aguas termales tendrían cierto desarrollo
- Los árabes, por ejemplo, que conocían la importancia terapeútica del agua, fueron estableciendo baños públicos, y ya en el el siglo XVII, las casas de baños se fueron transformando en balnearios, alcanzando especial auge en el XVIII.
- Japón es probablemente el país con mayor cantidad de aguas termales –se estiman más de 3000 termas en hoteles: estas fuentes, llamadas onsens, forman parte de la tradición japonesa, y son valoradas por su efecto relajante y terapéutico. En Japón, desde tiempos antiguos se considera que bañarse en estas aguas permite limpiar no sólo el cuerpo, pero también el espíritu.
- En las América precolombina, también se valoraban estas aguas termales, brindadas por la madre tierra, Por ejemplo en el Perú, en la zona andina, existía el “baño del inca” en Cuzco, los de Churín, pero también los de Cajamarca, y las famosas “aguas calientes” al pie del Macchu Picchu.
En Argentina
En las zonas andinas de la Argentina, se conservan leyendas sobre exóticos genios que habitaban en las surgentes. Los gases, las burbujas, los olores, el vapor o la temperatura del agua, eran indicios de que, de las entrañas de la tierra de donde brotaba el agua, habitaba su dueño un ser que no deseaba que lo perturbaran y castigaba con la enfermedad o con la muerte a quien lo hicieran. Pero aun así, estos pueblos supieron apreciar el valor del agua y del fango salino que encontraban.
Por ejemplo, los baños de Pismanta, en San Juan, eran visitados por los indígenas, y en Neuquén, desde tiempos remotos los «baños de Epulaufquen» también eran frecuentados por los mapuches. Ya desde antes de la conquista, los incas llamaban Inti Yacu, («agua del sol») a la actual zona de Río Hondo en la provincia de Santiago del Estero, a los caudales subterráneos que por entonces afloraban naturalmente. Vinculaban las bondades del Yacurupaj- («agua caliente») a las divinas potencias del astro sol, que mediante ellas los curaba de sus males y al que profesaban adoración.
En un libro publicado en Roma en el año 1646, Alonso de Ovalle describe la fuente termal de Puente del Inca, en la provincia de Mendoza, haciendo referencia a sus características. Por su parte viajeros ingleses que cruzaron el país en la primera mitad del siglo XIX escribieron sobre las fuentes termales argentinas: Por Darwin, que visitó Villavicencio en 1839, sabemos había baños medicinales a los que acudía la gente de Mendoza, y Brand cuenta que el primer análisis de un agua termal argentino, lo hizo el físico y químico Michel Faraday, sobre una muestra tomada en Puente del Inca en el año 1827.
Pero fue Rosario de la Frontera (Salta) el primer lugar de la Argentina y de Sudamérica, que contó con un establecimiento termal, diseñado con criterios y fines médicos. Iniciativa del médico español Antonio Palau quien en 1878 funda el Centro Termal de Rosario de la Frontera, que ya había sido visitado en 1817 por el sabio francés Amado Bonpland.
En la década de 1880 se encara el estudio de las aguas surgentes de Termas de Río Hondo (Santiago del Estero), ubicado en forma privilegiada sobre 14 napas meso termales, con una variedad de aguas minero-medicinales, que lo convierten hoy en la única “ciudad termal” del país.
Ya a inicios del siglo XX se empiezan a desarrollar como centros termales los de Copahue en Nuequén, y los de Carhué en Provincia de Buenos Aires.
Años más tarde, se desarrollarían las Termas de Copahue en Neuquén,
